Un mes y contando

Bueno, pues por aquí andamos.
Llevo ya un mes trabajando y hasta el momento todo bien. Tenemos que entregar en un par o tres de semanas y mi jefe está esta semana entera de vacaciones. Con lo que yo estoy peleándome para entender un código sobre un negocio del que no tengo remota idea. Vamos, como siempre. La diferencia es que no tengo ninguna presión. Y cuando digo ninguna es ninguna. Para muestra un botón:

Este lunes, llega la jefa y me comenta que unos cambios que había hecho el jefe antes de irse no funcionan, y el cliente los necesita. Me preguntó si me había mirado esa parte de la aplicación -le dije que aún no- y que si me importab­a probar a solucionarlo yo misma. Obviamente, no tengo ningún problema en mirar lo que haga falta. Al cabo de 3 horas le paso el código arreglado y fin de la historia.

Ahora me imagino este mismo caso en casi cualquiera de mis anteriores empresas:
¡Hostia Bea, que el cliente se ha quejado que la modificación que le hicimos (nótese el maravilloso plural mayestático) no funciona y lo necesita para ayer!. Deja todo lo que estés haciendo y ponte con esto que tiene que estar listo antes de mañana. Cada 15 minutos tendrí­a a alguien por encima de mi hombro mirando qué hago y preguntando cómo va todo y si ya he acabado. Metiéndome presión (o más bien intentándolo), y como resultado tendrí­a que ir explicando paso a paso qué voy haciendo y dejando de hacer, con lo encima que tardarí­a algo más.

Resultado, el trabajo está listo en el mismo tiempo, y yo no estoy cabreada, con lo que trabajo más contenta y no me van quemando a marchas forzadas. Aún lo estoy digiriendo.

Deja un comentario